TEATRO por RICARDO FEIERSTEIN “Cielo Rojo. El sueño bolchevique”, de Helena Tritek FICHA TÉCNICA: TITULO: “CIELO ROJO. EL SUEÑO BOLCHEVIQUE”. AUTORA: Helena Tritek. INTERPRETES: Victoria Almeida, Eduardo Bello, Teresa Cura, Silvia Docampo, Dalia Elnecavé, Macarena García, Luis Gritti, Esteban Meloni, Emiliano Méndez, Charo Moreno, Alexia Moyano, Roberto Romano, Josefina Villa. MUSICO: Gabriel Magni. CANTANTE: Gipsy Bonafina. DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Omar Posemato. DIRECCIÓN: Helena Tritek. SALA: Timbre 4. Boedo 640. Viernes 21 horas.
Reposición de una puesta que el Centro Cultural Ricardo Rojas- de la Universidad de Buenos Aires- organizó en 2007 por los 90 años de la revolución rusa, el espectáculo creado y dirigido por Helena Tritek acerca la posibilidad de una experiencia plástica y teatral de gran nivel y, también, la oportunidad de pensar (y experimentar en la propia piel, a través de imágenes sensibles a la vista y al oído) el origen de uno de aquellos sueños en los que fue tan pródigo ese siglo XX que ya pasó, arrastrando consigo el destino de las mejores utopías en la historia de la humanidad. Modificadas por el peso de una realidad distinta de la calculada entonces, transformadas a veces en pesadillas, cambiando de a poco para adaptarse a una evolución del mundo que nadie pudo imaginar en ese entonces. Así ocurrió con la revolución bolchevique de 1917, con las Brigadas Internacionales españolas en 1936, con Israel en 1948 o Cuba en 1959 o Francia en 1968 o Vietnam en la décadas del ’50 al ’70. Lo que pudo ser y no fue, revisitado con afecto para, más allá de la rememoración, volver a experimentar ese contacto con la sensación de una nueva era, que parecía modificar el recorrido seguido hasta entonces por las humanidad. En esta versión, son los grandes poetas rusos Vladimir Maiacovski (1893-1930) y Anna Ajmátova (1888-1968) quienes organizan el recorrido a través de las palabras de sus poemas, a las que se suman viejas canciones rusas de esos tiempos y una serie de bellas imágenes de conjunto que van ilustrando el paso del tiempo: desde las fusiladas hijas del zar envueltas en un tul que unifica su destino hasta el final ondear de banderas rojas que celebran- ¿despiden?- una experiencia revolucionaria. Maiacovski fue uno de los íconos de quienes nos formamos literariamente en los años ’60, a pesar de la distancia temporal con su desaparición (siempre se repetía una anécdota- ¿quizás apócrifa?- de su traductora al español, Lila Guerrero, quien habría afirmado: “¿Quién dijo que Dios no existe? Yo me acosté con él...”). Se reivindicaba entonces su adhesión a la revolución y al movimiento futurista y su talentosa militancia política y literaria, en pos de crear un arte revolucionario para un mundo nuevo: su poema “150 millones”- aquí recitado- reivindica expresamente al escritor comunista como transmisor de un autor colectivo y popular. Ajmátova (seudónimo de Anna Andréivna Görenko) fue una poetisa rusa incorporada al movimiento acmeísta y el tema amoroso es la constante de su poesía, ceñida, breve y de hondo tono emotivo. La obra comienza con los primeros escritos de ambos, en las tertulias del cabaret literario “La Linterna Roja”, en el Moscú pre-revolucionario de la década del ’10. Seguirá con el Palacio de Invierno, una cabaña aislada, el sótano de una fábrica moscovita, las movilizaciones alrededor de una sociedad que nacía con los dolores del alumbramiento y, al poco tiempo, la muerte de Lenín, la toma del poder por Stalin y su consecuencia literaria, por llamarla así. En ese tránsito, la voz de Ajmátova se vuelve angustiada y distante; Maiacovkski se suicida, obligado por las circunstancias y el acorralamiento del nuevo poder, y con su desaparición termina también la representación de ese breve y primer sueño del siglo (“¡Resucítenme, aunque sólo sea porque soy poeta/ y esperaba el futuro luchando/ contra las mezquindades de la vida cotidiana!”, escribió de manera premonitoria). La mística de ese movilizador “Cielo Rojo” prometido está traducido alegoría estremecedora. Sin recurrir a figuras de la farándula, Tritek ha logrado constituir un elenco homogéneo y de excelencia, tanto en los fragmentos musicales llenos de añoranza- cantados y ejecutados- como en la personificación de figuras históricas que reviven, mágicamente, en las voces convencidas de esos protagonistas de la historia. El talentoso aprovechamiento del inusual espacio teatral- antiguo y pequeño departamento en propiedad horizontal con un par de entradas, escalera y patio cubierto frontal que oficia de escenario- proporciona múltiples puntos de vista, efectos de iluminación, escenas personales y de grupo, diversas profundidades y climas que el grupo de actores, convincente y sin fisuras, distribuye en el corazón de los 60 espectadores que llenan cada función. Vestuario y escenografía han sido planteados de acuerdo a la estética del realismo socialista de aquellos años. En suma: un espectáculo imperdible para nostálgicos y amantes de utopías. El espectáculo comienza- apropiadamente- con una conversación de cara al público de una de las actrices, Teresa Cura, quien revela su experiencia autobiográfica como militante juvenil del comunismo en Córdoba, cuarenta años atrás. El hecho de escuchar- a veces responder- a alguna mención de los presentes (quizá por distracción, aunque pareciera más premeditado) derrumba, simbólicamente, la tradicional e invisible “cuarta pared” que separa el espacio de ilusión teatral de quienes la presencian. Prepara, por oposición, los recuerdos personales para lo que seguirá: esos años lejanos y temblorosos (1916-1930) del sueño evocado. Y, sobre todo, proporciona una respuesta del intelectual y alto dirigente del comunismo nacional, Héctor P. Agosti, sobre el tiempo que tardará en producirse la revolución en la Argentina, que no conviene adelantar. Pero que resulta más ilustrativa que graciosa, sobre cierta manera de entender la realidad por quienes dirigieron ese movimiento en la Argentina. |