Por Isaías Leo Kremer Era una hermosa mañana, los rayos de sol se filtraban radiantes por la ventana de su escritorio, después del desayuno y de la lectura de Der Sturmer (periódico nazi dirigido por Julius Straiger).
El obispo Niemeyer Katz se dispuso a oficiar misa en su iglesia; no eran muchos los fieles presentes ese día, algunos conocidos, otros nuevos, algún uniforme militar y algunos con brazaletes del partido en sus mangas. Todo transcurrió con normalidad, uno que otro llanto de algún alma doliente, pero nada que alterara el servicio del día y aprovechando esto, decidió dar un paseo por la ciudad. Frente a “su iglesia”, las paredes pintadas y pegoteadas con carteles de propaganda y consignas orientadas a los judíos. Como ser “prohibido circular judíos”, “entrada libre a este comercio, excepto a los judíos” y otros de igual tenor. Los pensamientos del pastor de D”s fueron concordantes con esas consignas y pensó: “Realmente son parásitos” y acto seguido los mentalizó como judíos deicidas, que no sólo mataron a Jesús, sino que no lo reconocieron como Redentor. Siguió pensando: “si nuestra creencia cristiana es correcta, y de hecho lo es, su actitud merece el castigo que tienen por no reconocer la presencia de D”s en su hijo. Si su postura fuese correcta, toda nuestra fe en D”s hecho hombre, no tendría consistencia lo cual obviamente es imposible, pues ¿qué sería yo entonces y a quién representaría?”. Todos estos pensamientos pasaban por la mente del sacerdote cuando se encontró ante la puerta del museo teutónico recién inaugurado y decidió entrar. Frente a los símbolos irrefutables de la raza superior, no pudo menos que enorgullecerse por su pertenencia. Innumerables pruebas científicas demostraban la validez del “cuadro de razas”, era obvio que la nórdica poseía virtudes únicas y en orden descendente, latinos, eslavos, mogoles y hasta negros. ¿Quién podría refutar los testimonios de los científicos más prominentes del régimen? En realidad es un designio divino. Le llamó la atención el no encontrar la “raza judía”, hasta que la halló en un cuadro aparte como “sub raza no humana, parásita de las anteriores”; si los científicos así lo afirmaban ¿quien era él, pobre pastor de almas para opinar lo contrario?. Cuando salió del museo, su paso era más marcial y agradeció a D”s por ser parte de este “pueblo ario” tan orgulloso de sus orígenes. Es cierto que actualmente idolatraban a un hombre, pero éste sería pasajero y volverían a ser fieles creyentes del único omnipotente y perdurable. Al caminar por las calles, observó a un grupo de S.A. (camisas pardas de Rohm) arreando gitanos y judíos por la acera. Los golpes arreciaban sobre los desdichados, los transeúntes no eran en absoluto pasivos, gritaban, tiraban piedras y escupitajos a los apaleados, era decididamente un Voguel frei (caza libre). Inquirió a un peatón para saber qué ocurría y éste le respondió que los judíos habían asesinado a un prominente político alemán fronteras afuera y que esto era sólo en venganza por esa muerte. Algo vibró en la mente del sacerdote recordando las palabras “piedad” y “misericordia”, pero su capacidad de bloqueo lo protegió y comprendió la actitud de los peatones. ¿Acaso no dicen las Escrituras “ojo por ojo y diente por diente”?; con esa convicción volvió a su parroquia donde la paz del Señor imperaba por doquier. Llegó la hora del confesionario, pesado menester para los siervos de D”s. Oír las miserias y los dolores de las ovejas descarriadas siendo tan poco lo que se puede hacer para aliviarlas, pero dar una esperanza de salvación aligera los corazones de los creyentes que descargan sus angustias en los oídos del pobre pastor. Una mujer, entre lágrimas, confiesa su caso: fue obligada a separarse de su marido por el delito de “judía” pese a ser una cristiana devota y practicante; siendo conocida de la parroquia, el vicario le aseguró que se ocuparía de su caso; eso prometió a la señora Ana Katz. Las averiguaciones en la localidad de Eber Hausen de donde la feligresa era oriunda (igual que el párroco) le permitieron obtener su constancia de bautismo lo cual lo tranquilizó. Pero una nota anexa indicaba que el padre de la pobre mujer había sido un judío convertido a la fe cristiana con lo cual salvó su alma, pero la mancha sobre sus hijos persistiría y ante la duda, el sacerdote decidió consultar a su superior en la escala eclesiástica. La respuesta le llegó con un memorándum contundente e irrefutable: “El bautismo no limpia la impureza judía pues ésta se arrastra y transmite por la sangre a los descendientes sin rehabilitación posible. Por lo tanto, todos los fieles de origen judío, aunque hayan sido bautizados y sean devotos, serán tomados como ovejas descarriadas del rebaño, sin posibilidad de expiación para sus almas”. Cuando la señora Ana volvió a la iglesia, el pastor de almas no la atendió pues si bien parecía una devota cristiana, sus consignas eran claras . Probablemente esta mujer estuviese enmascarando su verdadera condición; otra vez las palabras “amor” y “compasión” pugnaron por abrirse paso en su cerebro, pero fueron rápidamente sepultadas por su actitud dogmática y racional. Había que seguir con la atención de los verdaderos cristianos en estos momentos difíciles y de zozobra para el espíritu. El país entró en guerra, las necesidades de alivio espiritual para la población eran cada vez mayores. El régimen gobernante quiso implementar un sistema de eutanasia para los enfermos e impedidos y nuestro buen pastor, junto a otros, movilizó a los fieles para impedirlo ya que eso iba contra la caridad cristiana. De resultas de esas manifestaciones. el poder político reconsideró la medida provocando la alegría de todos por haber evitado la muerte de muchos seres humanos. Fue una lucha heroica y digna de un siervo del Señor. Con respecto a otras minorías, no hubo movilización alguna pues los poderes, tanto político como eclesiástico (católico y protestante) coincidían si no absoluta , al menos parcialmente; por supuesto que la guerra no era buena . Pero para los pastores “dar al César lo que es del César y a D”s lo que es de D”s, por lo tanto no tenían injerencia en asuntos temporales ajenos a su quehacer de vicarios de Cristo. El sacerdote decidió tomarse sus merecidas vacaciones y eligió para ello el monasterio de Schoftlarm en el valle de Isar, donde la naturaleza daría respiro a su agitada alma .. Así fue, la armonía de los elementos brindaba la sensación de paz espiritual que tanto requería por su ímproba labor. Aprovechando la cercanía a su hogar, decidió ir hasta el cementerio donde reposaban sus amados padres. Grande fue su sorpresa al encontrar las tumbas abatidas y pintadas por algún vándalo y que encima les escribiera la palabra “jude”, ¡a él que era representante de Jesús en la tierra endilgarle semejante calificativo! Dispuso la reparación de las lápidas por parte del cuidador e, indignado, volvió al monasterio. Más para reafirmar su convicción que para acallar una sospecha, decidió consultar los registros bautismales de su familia; gracias a D”s todo estaba en orden. Sus padres habían nacido como devotos cristianos y así fueron bautizados y también sus abuelos, pero al llegar a uno de sus bisabuelos, encontró una nota discordante , pues su fecha de bautismo difería de la de nacimiento. Había sido bautizado cuando ya era adulto, dado que antes era de otra fe; ante la suposición de que hubiese nacido protestante, decidió averiguar por su apellido Katz , aunque todo hacía suponer que era una referencia gatuna que siempre le pareciera graciosa. Mas al consultar el diccionario de la iglesia sólo leyó “Ka-tz: ref. hebreo”. Quién podría aclararle sus dudas? No quería despertar sospechas y entonces preguntó si quedaban judíos en el valle de Isar y le dijeron que era Juderein (libre de judíos). Pero había un coleccionista de “recuerdos” que poseía objetos de los judíos y que los atesoraba por el valor histórico que tendrían. Llegar a este “coleccionista” y encontrar un libro con traducciones le llevó tiempo, fue recién a la noche cuando un viejo y maloliente diccionario alemán hebreo dio con la respuesta a su inquietud y con el fin de sus preguntas. Constaba así: Ka-tz: referencia directa a las palabras Kohen Tzedek del hebreo “sacerdote justo”. El pastor de almas debió rebobinar el hilo de su vida, se miró detenidamente frente al espejo. No había en él nada de la raza demoníaca, solo era un siervo de D”s, un sacerdote justo, la sola mención de esto último lo retrotrajo a su inequívoco origen ¿podía ser cierto?. En la solitaria ermita, despojado de sus hábitos ministeriales, frente al espejo que lo mostraba tal como era “solo un hombre”. Se dio cuenta de que no era un Ka-tz (sacerdote justo) y que las virtudes de su credo le habían sido ajenas al desconocer la naturaleza humana de los perseguidos y apaleados. Rememoró la vida del Gólgota y el mensaje de amor aprendido de sus maestros en medio de ese rebaño que buscaba la santidad de la vida. Volvió sobre las palabras negadas de amor, piedad y misericordia y lloró, lloró por él y por su indignidad, por su soberbia y su ceguera ¿cómo podía ser? . ¿Tantos pastores y ni uno sólo en toda Alemania dejó pruebas de su rechazo a la matanza, a la humillación, al escarnio y a la vergüenza? . ¿Dónde estuvo el rostro de D”s que no pudieron verlo? ¿Dónde estuvieron sus propios ojos que no se dignaron a mirar cuando crucificaban nuevamente a Jesús, repetido una y mil veces en el vía crucis de tantos que caminaban entre los escupitajos y las pedradas? El sacerdote Niemayer Katz decidió regresar a su parroquia, debía cambiar su actitud y hacer que otros cambien. Todavía se podría salvar a muchos; seguramente sería escuchado y despertaría la compasión cristiana en los otros siervos de D”s. Tendría que hacerlo rápido, antes que fuese tarde para las víctimas que aún tenían posibilidad de salvar sus vidas. Con estos pensamientos entró en su escritorio, pero no estaba sólo, adentro había dos miembros de las SS que lo estaban esperando ¡habían venido por él! |