TEATRO por RICARDO FEIERSTEIN de Héctor Levy-Daniel UNA TRILOGIA DEL HORROR (FEMENINO) FICHA TECNICA: TITULO GENERAL: “LAS MUJERES DE LOS NAZIS” AUTOR: Héctor Levy-Daniel. OBRA 1: “La inquietud de la señora Goebbels”. DIRECCION: Héctor Levy-Daniel. INTERPRETES: Silvia Dietrich, Alfredo Martin. OBRA 2: “La convicción de Irma Grese”. DIRECCION: Clara Pando. INTERPRETES: Julieta Alfonso, Malala González, Ignacio Oliveros. OBRA 3: “El dilema de Geli Ranbal”. DIRECCION: Laura Yussem. INTERPRETES: Rocío Domínguez, Liana Müller, Jorge Sánchez Mon. ESCENOGRAFIA Y VESTUARIO: Gabriela Fernández. MUSICA ORIGINAL: Cecilia Candia. DISEÑO ILUMINACION: Marco Pastorino. SALA: Patio de Actores.
La propuesta resulta, en principio, más que interesante: tres obras cortas (alrededor de media hora de duración cada una) sobre personajes femeninos que orbitaron alrededor de los más conocidos verdugos del horror nazi. Una sala conocida por la profesionalidad de sus puestas y tres directores- el propio autor, Héctor Levy-Daniel, y las más conocidas en ese rubro Clara Pando y Laura Yussem- prometen un refinado acercamiento ficcional a hechos y personajes que existieron en la realidad. Ellos son Magda Goebbels, quien tuvo un amante judío antes de convertirse en la primera dama del Tercer Reich y terminar muerta en el búnker de Hitler, en 1945, habiendo asesinado previamente a sus seis hijos para evitar cayeran en manos de los rusos y se vieran obligados a vivir en un mundo donde no existiera su Fürher. Irma Grese, ayudante de Mengele en Aushwitz y salvaje torturadora y asesina, que fue ejecutada por el verdugo Albert Pierrepoint luego de los juicios de Nüremberg. Y Geli Raubal, la veinteañera sobrina que fue el gran amor de Hitler y se suicidara en plena juventud, empujada por el terror a su tío y el niño del que había quedado embarazada, ya sea del propio dictador o de su chofer Emil, sus amantes simultáneos. Los expertos en la temática de la Shoá todavía discuten, sin ponerse de acuerdo, cual sería la mejor manera de transmitir el infierno de la experiencia nazi, algo que tiende a superar la propia capacidad del idioma. Como la simple descripción naturalista de ese demencial sistema de muerte y aniquilamiento no alcanza a completar su dilucidación, se conviene- en general- que el arte debe recurrir a metáforas, o caminos e historias indirectas, para tratar de asomarse a un núcleo del horror que se revela como casi incomunicable. LA DIFICULTAD DE TRANSMITIR En efecto: a más de sesenta años de terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando sólo sobreviven escasos testigos directos de esa experiencia, su “reminiscencia” (por usar un término de Iaacov Ierushalmi, que distingue así la memoria directa de la transmitida por otros) enfrenta el problema del olvido o el desconocimiento de buena parte de la población. Luego, la obra resultante debe incluir elementos históricos precisos (¿realmente esos personajes existieron? ¿Es posible que hayan hecho “eso” que se relata?), junto a un contexto dramático que resignifique los contenidos, ayude a instalarlos en la conciencia como un valor agregado al de la simple información. Quizá no se trate de un tema, además, que posibilite hablar de placer estético. Aunque correspondería. En ese sentido, esta trilogía presenta puntos altos y otros más recatados, donde la combinatoria no resulta siempre la ideal. En la primera de las historias imaginarias, Magda Goebbels se reencuentra en un extraño tren con Víctor Arlosoroff, su primer enamorado, quien luego de separarse de ella viajó a la entonces Palestina y formó su familia, siendo asesinado a temprana edad. Ella cree que esa formación viaja hacia Berlín, él cree que va a Bruselas, pero en realidad el destino es otro. Los personajes ven cosas distintas por la ventanilla (para uno el convoy se detiene y carga familias enteras de judíos hacia la muerte, para la otra va a toda velocidad por la campiña) y los recuerdos y discusiones entre ellos se van atenuando, hacia el final, cuando ambos comprenden que están marchando, juntos, hacia otro lugar no especificado, final sugerente que nunca se aclara y confiere, a esta primera obra, una altura literaria a la que no llegarán las otras. En el segundo relato, mientras la médica Gisella Perl cuenta ante un tribunal una manera alternativa de soportar el campo de concentración, Irma Grese- la mano derecha del siniestro doctor Mengele- espera ser colgada, con apenas 22 años de edad y un sangriento historial de crímenes ligado a su nombre. El verdugo, mientras tanto, traído especialmente desde Inglaterra, se prepara para la ejecución y su monólogo alterna con los otros dos, en una suerte de combinada sinfonía de voces corales, acercándose desde tres puntos diferentes hacia el epílogo compartido. En la tercera obra, finalmente, los años de ascenso al poder de Adolf Hitler- siempre “fuera de campo” respecto a la escena- se vislumbran a través de las visitas que el jefe nazi realiza a su casi adolescente sobrina, que un poco empujada por su madre, otro por las sutiles redes que el futuro dictador tiende a su alrededor y mucho por la locura del nazismo creciente, se enreda al comienzo con Emil, chofer y guardaespaldas del jefe, luego con ambos y finalmente desemboca en un callejón sin salida. Colabora con esta travesía su progenitora, siniestro personaje “ciego” que empuja a su hija en el camino sin retorno, bajo las apariencias de madre afectuosa que va acercando bandejas con alimentos a la niña vestida con tutú de baile. Esta puesta es la más lograda de las tres en cuanto a recursos teatrales, desplegando matices no enunciados verbalmente (personajes arriba o abajo del piano señalando poder, cobertura de tela del instrumento sirviendo de mantilla o colchón, alegría adolescente progresivamente enturbiada por la realidad de los adultos). Con una escenografía mínima pero ajustada al texto, sugerente vestuario de época, puntuación musical que refuerza los diálogos y muy logradas composiciones en todos los intérpretes, la visión de esta trilogía permite un acercamiento no convencional- por eso mismo, atractivo- al esotérico mundo del nazismo cotidiano. Es un interesante aporte a la discusión entre forma y contenido: cómo transmitir el horror, sin que sea artísticamente ahogado por exceso de información ni, por el contrario, se diluya en un esteticismo sólo formal. |