Por Jaime Rosemberg Fue una gambeta fallida, muy distante a las que parecían brotarle de su pie izquierdo cuando parecía eterno y cercano a una deidad que había bajado a esta tierra para jugar al fútbol.
Diego Armando Maradona, el máximo ídolo futbolístico del país, se equivocó otra vez. No fue, por suerte, un triste regreso a las sustancias que lo consumieron poco a poco desde que tenía 22 años, y llegaba con toda la ilusión a la España post-franquista. Como le ocurre desde que se retiró del futbol profesional, hace poco más de diez años, el problema de Maradona surge de su boca, o más precisamente, de las ideas políticas que emanan de ese lugar de su cuerpo que tantas veces se redondeó con la palabra gol. Todo empezó hace un par de semanas atrás, en el vestuario del Luna Park que el Diez ocupaba luego de un partido de showbol contra Brasil. Hasta allí llegó Moshen Bahravand, maxima autoridad de la embajada iraní en Buenos Aires. Hubo intercambio de camisetas, y un ídolo con sonrisa y voz aniñada que saludó y dio su corazón “ al pueblo iraní”. "Ya conocí a (Hugo) Chávez y a Fidel (Castro). Ahora sólo me falta conocer a su presidente", le dijo Maradona al diplomático en referencia a Mahmoud Ahmadinejad, el polémico presidente iraní, que jamás se ha arrepentido por haber negado la Shoá y pronosticar que Israel sera “borrado del mapa”. Allí se inició una polémica que, tal vez, creció más de lo debido. Desde las entidades centrales de la comunidad judía, como la DAIA, y la sede local del Centro Simón Wiesenthal, surgieron críticas a Maradona, y hubo quienes disculparon sus elogios al mandatario iraní en la “falta de información”. Hubo un loable y fallido intento por hablar con el ex futbolista por parte de los familiares y amigos de las víctimas del cruel atentado a la AMIA, donde puede verse desde hace años la larga y terrible mano de Teherán. También una iniciativa para invitar a Maradona al Museo del Holocausto en Buenos Aires, para que conozca de primera mano los crímenes nazis que Ahmadinejad insiste en minimizar y atribuir a “propaganda sionista”. Respuesta Sin muestras de cariño, y a través de su ex esposa, Claudia Villafanie, el astro contestó: "Quiero ir a conocer al Presidente de Irán como fui a conocer a Presidentes de otros países, como Chávez y Fidel Castro, y también estuve en Israel, visité Jerusalem y el Muro de los Lamentos", recordó. "Lo único que puedo decir es que yo nunca me meto en política", aseguró Diego Maradona tras la polémica que generaron las declaraciones. Nadie creyó el argumento. Desde que es un astro mundial de la “redonda”, Maradona ha vivido metiéndose en política, y tal vez sólo puedan disculpársele, por una cuestión de juventud, sus ya lejanos encuentros con los ex dictadores Jorge Rafael Videla y Leopoldo Galtieri en la Casa Rosada. Diego vivió -y gozó- de los halagos del poder nacional, llámense Carlos Menem, Eduardo Duhalde o Cristina Kirchner. Opinó sobre religión con duras críticas a la Iglesia; rechazó el embargo a Cuba y se fue a vivir a este país para estar más cerca de Fidel Castro; calificó de la peor manera al presidente norteamericano George W. Bush, sin decir jamás que él “no se metía en política”. En noviembre de 2005, en una clara actitud militante, acompañó a Castro, Chávez y grupos kirchneristas a la contracumbre de Mar del Plata, y allí cantaron consignas contra Washington, mientras el Presidente norteamericano se reunía con sus pares en la ciudad balnearia. Ante las críticas, Diego tuvo un pobre defensor en el ex piquetero y ex funcionario kirchnerista Luis D’ Elía, que aprovechó la discusión para defender a Irán, y reiteró su intento por deslegitimar la investigación judicial por el atentado a la AMIA que lleva adelante el fiscal Alberto Nisman, y que fue apoyado por la Interpol con el pedido de captura contra seis ex funcionarios iraníes por su presunta participación en el atentado de julio de 1994. Tal vez una cuota de moderación ante tanto desatino fue aportada por el vocero del primer ministro israelí, Mark Regev, que afirmó que el trato que debía dársele a Maradona era “igual al de cualquier persona”. "Las palabras fundamentalistas y llenas de odio del Presidente iraní ya fueron repudiadas totalmente por parte de la comunidad internacional", dijo Regev, sin necesidad de profundizar sobre las actitudes de Maradona. Alguna reflexión final remite, de manera concreta, a una serie de preguntas con respuestas probables. ¿Puede atribuirse ignorancia a un hombre que recorrió el mundo, y sabe con certeza quién es quién en la política mundial? ¿Puede atribuírsele incontinencia verbal a un personaje que alimentó su mito con declaraciones rimbombantes, y que ha pasado buena parte de su vida enfrentando flashes de cámaras y medios de comunicación? ¿O el encuentro con el funcionario iraní es la simple verbalización del lugar que Maradona quiere ocupar en su supuesta lucha militante contra el “imperialismo de Bush”? Otra vez, Maradona equivocó el camino. No por apoyar la supuesta lucha de los pueblos se debe convalidar a un régimen denunciado por violaciones a los derechos humanos, que predica el odio contra Israel y niega colaboración a la Justicia por crímenes horrendos, que nadie puede ni debe soslayar. Si lo quiere conocer, hasta sería bueno que lo haga. Más temprano que tarde, Ahmadinejad le dejará al decubierto a Maradona el veneno racista que lleva dentro, un verdadero peligro para la paz mundial que el mejor futbolista de todos los tiempos no debería convalidar. |