El 19 de abril, el mismo día en que recordamos orgullosamente el Levantamiento del Gueto de Varsovia, falleció Sarita Solnik, Sarita simplemente. Aunque su deceso se concretó algunas horas más tarde, su mal se desencadenó sobre el escenario del Auditorio Belgrano, donde estaba ensayando. No podía ser de otra manera. Si tuvo algún momento de lucidez en ese interregno, estamos seguros que se habría alegrado de morir sobre las “tablas”. Porque Sarita era una actriz de raza para quien la vida y el teatro en idish eran la misma cosa y no procuraba deslindarlos. Muchas veces, en medio de cualquier conversación, era capaz de sorprender al interlocutor desprevenido recitando un poema o cantando o bailando alguna cancioncilla que recordaba con absoluta fidelidad. Actuando, también era un vendaval incontenible de ímpetu y simpatía; solidaria, cordial y con una concepción humanista que jamás abandonó.
Muy jovencita se volcó a la actividad actoral. Asistió a la colocación de la piedra fundamental del Teatro IFT, y en sus salas desarrolló una intensa labor. Son numerosísimas las obras clásicas y comedias musicales en las que actuó. Por sólo citar algunas, mencionaremos “Profundas Raíces”, “Las Brujas de Salem”, “Sturm”, “Goldfaden Julem”, “Puntila y su chofer” “El Diario de Ana Frank”, “Réquiem para un viernes a la noche” “Barbie Borsht”, etcétera, etcétera. En los últimos años, participó en varios espectáculos del Teatro Popular Judío, un elenco de sólida trayectoria y prestigiosos actores, en el Auditorio “Ben Ami”, ante una asidua concurrencia que siempre festejó sus intervenciones. También se destacó en la televisión argentina, en programas humorísticos, donde pudo plasmar entrañables personajes judíos. Cuando fallece un actor de raza, los hombres de teatro decimos que se fue de gira. Así partió Sarita. Va a ser difícil admitir que no volverá. Que se apaguen los spots en señal de duelo. Que los diarios y las instituciones de la colectividad le rindan el justo homenaje que hemos escatimado a otras figuras de su talla. Ya es hora de honrar a los inclaudicables actores en idish que nos honraron, en vez de rescatarlos de futuros archivos. Aunque sea en el aplauso final.
Manuel A. Lotersztein |