A
PESAR DE TODO Por RICARDO FEIERSTEIN
Posiblemente fue Theodor W. Adorno quien
primero pronunció la frase fatídica: “Después de Auschwitz, ya no se puede
escribir poesía”. Fue una manera, quizá desesperada, de advertir al mundo que el carozo de toda la
maldad humana se había develado en el centro del horror nazi. Una especie
viviente capaz de producir esos monstruos no merecía ser santificada con la
palabra poética.
Pasaron 65 años desde entonces. Y las siguientes generaciones volvieron a creer en la letra, como único medio posible para comunicar, precisamente y entre otras cosas, ese espanto que amenaza quedar sepultado en la indecisa memoria.
Así lo entiende, ahora, Miryam Gover de Nasatsky, que en su nuevo poemario: “Resonancias de Auschwitz” (Editorial Géminis, 2011, 52 páginas) intenta transmitir los ecos que una visita al campo de la muerte provocan en su sensible espíritu. Aunque sabe que “merodea en Auschwitz / un silencio cargado / de significación. / Las palabras agotaron / su sentido. Nada / expresan cuando / imperan la sinrazón / y el crimen.”
Decir que estos poemas “gustan" o “están logrados” no son ponderaciones apropiadas; quizás sea más preciso señalar que impresionan profundamente.
Porque se necesita mucho coraje para:
a) visitar Auschwitz, ese lugar en el que “las cenizas / que zumban agitadas / por el viento / alimentan / su memoria.” Donde la locura nazi fue “acerada lluvia, / persistente, / capaz de horadar / la piedra más dura.”
b) escribir poesía sobre esas impresiones, que “irrumpen ahora / con fuerza / en nuestro recuerdo / embargado / por una espesa congoja”, para que el paso impiadoso de los años no termine por borrarlas de la experiencia humana.
Es contactar el círculo más profundo del horror desnudo, lo imposible de imaginar, el espacio donde “desde las profundidades / de la tierra saturada / con masacrados huesos, / brota un himno estremecedor.” Allí todavía circulan por el aire los “espectros derrotados, / casi inertes, / juncos que resistieron / el ciego destino ,/ aterrorizados, solos, ,/ ante el mundo indiferente.”
De distintas maneras, Nasatsky orbita sobre ese planeta demoníaco y, con breves metáforas que tratan de aludir al sinsentido- es posible sea la única forma de hacerlo- encuentra una profundidad muy especial para transmitir las "resonancias" del campo, ese espacio donde “en la herida aún abierta / estallan / dolorosos recuerdos / como esquirlas / cargadas de electricidad.”
¿Acaso algo de esos millones de sacrificados permanece? “Ya no existen sus ojos; / sólo las miradas vacía / sobreviven / cansadas de implorar / al cielo tenebroso.”
Un libro difícil y literariamente valioso.
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