"En mí adolescencia, estudiar ciencia era para los varones. Las mujeres nos preparábamos en el Liceo Femenino que nos formaba en idiomas, historia y literatura. También en confeccionar primorosos ajuares de bebé que siempre me salían defectuosos y me colocaban al borde de desaprobar manualidades".
Eugenia Sacerdote de Lustig nació el 9 de noviembre de 1910 en Turín.
Tuvo que engañar a su madre diciendo que estudiaría matemática cuando en
realidad se había inscripto en Medicina, en Italia. Las leyes
antisemitas impuestas por Mussolini la obligaron a emigrar junto con su
familia a la Argentina donde se destacó por sus investigaciones en
histología. Afectuosa, optimista, cálida, con una energía que le hace
gambetas a su casi ceguera, relata su conmovedora historia de vida y
actividad científica.
Del Liceo Femenino a doctora en Medicina
No fue fácil para Eugenia (del griego bien nacida como se ocupó de
inculcarle su padre) ser mujer, judía y querer ser científica durante la
Italia fascista. La primera dificultad que tuvo que enfrentar fue
anhelar obtener el título del liceo científico, el único que permitía el
ingreso a la facultad.
Con su prima Rita habían decidido seguir la carrera de medicina para lo
que debían prepararse en latín, griego, matemática, física, química y
filosofía. Le dedicaron 12 horas por día durante un año al estudio de
estas disciplinas bajo la tutoría de un riguroso profesor que aceptó
enseñarles. El esfuerzo dio sus frutos y luego de aprobar exigentes
exámenes escritos y orales lograron el objetivo.
Eugenia prefirió decirle a su familia que estudiaba matemática,
seguramente una carrera que le pareció sería menos preocupante para su
madre, viuda desde muy joven y responsable de su crianza junto con dos
hermanos varones mayores. Y expresó: "Pero, finalmente, cuando un día
vio que traía a mi casa huesos humanos para estudiarlos tuve que decirle
la verdad a mi madre quien poco a poco lo digirió",
Superar el primer año de la carrera fue un desafío de género. Eran 4
mujeres entre 500 varones, quienes les gastaban todo tipo de bromas
pesadas para disuadirlas de su pretensión. Pero Eugenia y Rita no se
amilanaron y para evitar las golpizas varias, tirones de pelo, robo de
sombreros y de abrigos a que eran sometidas antes de entrar al aula
lograron que el portero las dejara ingresar por una puerta trasera de
modo de estar ya estaban sentadas en sus lugares cuando llegaba el
profesor.
"Después mejoró un poco el trato hasta que finalmente completé la
carrera y tuve que defender mi tesis doctoral..¡llevando una blusa, que
me prestó una amiga, oscura y con el distintivo fascista!¡Fue la única
manera de poder rendirla!", se exalta aún al recordarlo.
Alcanzó a trabajar muy poco en clínica médica. Un día entró un ciclista
que se había caído y lastimado, la miró y le dijo: "¿Puede llamar a un
médico de verdad?". No podía creer que ella fuese médica. "Así era la
idea pública de la mujer. Era una mentalidad muy difícil de vencer. La
guerra cambió todo: cuando se dieron cuenta de que las mujeres debían
ocupar el lugar de los hombres vieron la importancia que podían tener.
Al año que se recibió, Mussolini comenzó con las leyes raciales y como
judía no pudo ejercer más en Italia su flamante profesión.
De los Alpes al Río de la Plata
Se casó con Maurizio Lustig, un ingeniero que trabajaba para la empresa Pirelli.
En el Instituto Internacional de la Alta Montaña, situado en el Monte
Rosa de los Alpes que dependía de la Cátedra de Fisiología de la
Universidad de Turín. Eugenia
estudió el efecto sobre el organismo humano de la falta de oxígeno
ocasionada por la altura., tema que inquietaba a la aeronáutica
italiana.
Maurizio vivía en Roma y era primo del director de este Instituto y en
unas vacaciones de verano fue a visitarlo. La encargada de hacer el
recorrido por las instalaciones fue Eugenia. "Me preguntó sobre todo a
tal punto que me hizo comentarle al director ¡cómo se interesó este
muchacho por lo que hacemos!". Al poco tiempo "el preguntón" la fue a
visitar a su casa, comenzaron a ser novios y se casaron.
En 1939, cuando su primogénita Livia tenía un año, los dirigentes de
Pirelli se vieron obligados a despedir al ingeniero Lustig por ser
judío. Luego le dieron la oportunidad de radicarse. en Sao Paulo donde
tenían una fábrica ya funcionando. “Así que él se fue para Brasil y
Eugenia viajó a Buenos Aires con una beba sin conocer a nadie, sin poder
hacer nada, sin saber español, ignorando qué sería de mi madre y
hermanos...", relata conmovida.
Todo lo que sabía de su esposo era su dirección.en Sao Paulo por un
telegrama que le envió. Luego viajó a Brasil a reunirse con su marido.
Aproximadamente al año y medio de estar allí llegaron a Buenos Aires las
maquinarias que enviaba Pirelli, pero desde Estados Unidos, ya que la
guerra se había extendido. El matrimonio, ahora con dos hijos ya que
había nacido su primer hijo varón, regresó a nuestro país.
Su especialidad: el cultivo "in vitro" de células
Comenzó a ir a la biblioteca de la Facultad de Medicina, que en ese
entonces estaba donde se encuentra ahora la Facultad de Ciencias
Económicas. Luego se ofreció para investigar sobre histología..
"Si bien el profesor a cargo de la cátedra de Histología no se interesó
para nada con mi especialidad que es el cultivo de células en vivo,
porque aquí todavía no se conocía, me ofreció una mesa y una silla para
que trabajara. Pero la observación de estos materiales debía hacerlo en
un medio estéril. Así que como pude me preparé una cajita que cumplía
con estas condiciones para tener material para trabajar compraba una
gallina, le sacaba sangre del ala, y con este suero investigaba",
explica Eugenia.
A los dos años aproximadamente se terminó de construir el nuevo edifico
de la Facultad de Medicina y la Cátedra de Histología Embriológica.
Ahora ya Lustig estaba instalada en un lugar nuevo y limpio pero su
único estipendio continuaba siendo el remanente de un subsidio que
recibía la Cátedra para reponer la vidriería. "Yo cuidaba que no se
rompiera nada así me quedaba ese dinero", cuenta. Pero fue a partir de
entonces que pudo conocer a los profesores Houssay, De Robertis, Mendez,
algunos de los más destacados especialistas en el estudio de los
tejidos humanos y debido a que un asistente del grupo emigró a los
Estados Unidos obtuvo un contrato que le permitió cobrar su primer
sueldo.
En 1947 Juan Domingo Perón echó de la cátedra a Bernardo Houssay y por
solidaridad renunciaron todos los miembros del equipo. "En su reemplazo
enviaron a un profesor que le llamaban Flor de Ceibo porque llegaba,
daba su materia y se retiraba. No se interesaba por nada, ni por los
materiales que se preparaban ni por quiénes trabajaban en la cátedra.
Además, yo no podía ni hablar porque si se daban cuenta de que era
extranjera corría el riesgo de que me expulsaran del país", reconoce
angustiada.
Su salvación llegó de la mano del Dr. Brachetto Brian, Director del
Instituto de Oncología Roffo quien le propuso trabajar con él
investigando el cáncer. "Quería saber cómo se dividían las células
tumorales. Si eran varios núcleos o si era el mismo núcleo el que se
dividía. Así comenzó su tarea de investigadora en el área de
investigación básica en oncología de este Instituto donde continuó hasta
el año 2000".
Y una anécdota aparece en el recuerdo. "Yo necesitaba más espacio para
trabajar y había un cuarto al lado de mi laboratorio que me hubiera
venido muy bien pero estaba cerrado y nadie podía entrar allí. En esa
habitación estaba encerrada una caja fuerte, de la que se había perdido
la llave, que tenía en su interior un cristal radiactivo que Madame
Curie le había regalado al Dr. Roffo cuando vino invitada por él a dar
una conferencia en Buenos Aires. Tuvimos que buscar en la cárcel a un
ladrón experto en abrir cajas fuertes para extraer el cristal que se
llevó la Comisión de Energía Atómica, previa eliminación las radiaciones
del lugar". Es el laboratorio que sigue en pie hasta hoy.
En 1950 el Director de la Sección de Virología del Instituto Malbrán, el
Dr. Armando Parodi, quien venía de especializarse en virus en Estados
Unidos, la interesó para crear un Departamento de Bacteriología para
estudiar estos microorganismos de los que recién se comenzaba a hablar.
Él sabía que para estudiar los virus se necesitaba hacerlo con células
vivas, tarea en la que la Dra. Lustig había sido pionera en la
Argentina.
"Entonces comencé a trabajar hasta al mediodía en el Roffo, luego me iba
a mi casa a darle de mamar a mi tercer hijo, Mauro, quien era recién
nacido. A las 2 de la tarde la pasaba a buscar el Dr. Parodi e íban para
el Malbrán", dice. Por ese entonces Eugenia no sabía nada sobre virus
pero buscó libros, estudió todo lo que pudo y montó allí la Sección de
Cultivos de Tejidos. "Tuve que inventar la virología", reconoce.
Al cabo de un tiempo a Parodi le ofrecieron un importante cargo público
en Montevideo y se fue para Uruguay. Por lo que quedó únicamente en
manos de la Dra. Lustig todo el Departamento de Histología del Instituto
Malbrán.
Cuando en 1952 comenzó en nuestro país la terrible epidemia de
poliomielitis la investigadora estaba de vacaciones en Pinamar y el
Ministro de Salud Pública la mandó llamar urgente. La epidemia avanzaba a
un paso alarmante. No existía la vacuna y había que realizar entre 60 ó
70 diagnósticos por día.
"La desgracia es que el virus de la poliomielitis crece solamente sobre
célula humana o sobre célula del mono rhesus que se encuentra en la
India, aquí no hay. Por lo que la única forma de poder hacer diagnóstico
de todos los enfermos que me llegaban diariamente era sobre tejido
humano. ¿Qué podía hacer? Se me ocurrió recurrir a los restos de abortos
que pudiera haber en las maternidades. A la mañana las recorría y en
las heladeras algo encontraba. Llevaba un frasco grande estéril y
colocaba estos trozos”. Luego rápidamente, manejando su coche
transportando restos humanos al Malbrán. Allí cultivába in vitro estas
células fetales que al día siguiente ya habían crecido lo suficiente
como para poder ponerlas en contacto con el material a investigar y en
24 ó 48 horas dar un diagnóstico preciso".
"Tenía un miedo terrible de infectarme yo y que se infectara todo el
personal. Cada día trabajaba hasta medianoche con mi técnica, Catalina,”
Cuando terminaban ponían todo el material que habían usado en el jardín
del Malbrán, le echaban nafta y prendían fuego, porque temían que a la
mañana siguiente la persona que iba a limpiar tocara algo y se
infectara. Tan grande era el miedo que al fin decidió mandar a sus hijos
a Montevideo por seis meses, donde un primo lejano aceptó recibirlos.
Ella viajaba a verlos cada sábado en avión y volvía el domingo a la
noche.
Poco después se oyeron las primeras alentadoras noticias de la vacuna
Salk. Eugenia fue becada por la OMS junto con investigadores de
distintas partes del mundo para ir a Estados Unidos y Canadá, a estudiar
los efectos de esa vacuna.
En aquel viaje logró encontrarse por unas horas con su prima Rita Levi
Montalcini, su compañera de estudios de medicina en Turín a quien
llevaba catorce años sin ver.
A su regreso, Lustig impulsó el uso de la vacuna Salk. Si bien aún no
había sido autorizada por el Ministerio de Salud, decidió vacunar a sus
propios hijos para dar el ejemplo y ella misma se la aplicó a los
primeros chicos que se acercaron al Malbrán. Tiempo después, y ya hacia
el final de la epidemia, un enfrentamiento gremial terminó con su
trabajo allí; había caído Perón.
La noche de los bastones largos
Lustig pudo recién hacer reconocer su título durante el gobierno del Dr.
Arturo Frondizi cuando su hermano, Risieri Frondizi, a la sazón rector
de la Universidad de Buenos Aires renovó en 1957 los concursos y pudo
presentarse para la cátedra de Biología Celular en la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales, aunque no había revalidado su título. Ganó
el concurso y al día siguiente recibió en su casa el diploma italiano
que había presentado, con el agregado: "Se reconoce el título".
Su carrera académica terminó de manera drástica. Fue el 29 de julio de
1966, en la fatídica noche de los bastones largos, cuando asumió el
gobierno el general Onganía. Vio cuando llevaban a todos los profesores,
a Sadosky, a Rolando García. Ella se salvó de ser detenida porque había
ido a hablar por teléfono fuera de la Facultad de Ciencias Exactas.
Luego de este episodio renunció.
Siguió trabajando en el Roffo como investigadora del Conicet luego de
ser convocada por el Dr. Houssay y donde recorrió toda la carrera
durante cuarenta años hasta ser nombrada investigadora emérita.
En 1970 murió Maurizio. Fue un golpe difícil de asimilar para Eugenia en
un momento en que dos de sus hijos ya habían partido. Poco después, sin
embargo, volvió a trabajar en el Roffo y ganó un concurso recién creado
para el Departamento de Investigación Oncológica.
Eugenia Sacerdote trabajó hasta que sus ojos se lo permitieron. Hasta
hace poco estuvo investigando sobre la relación del Mal de Alzheimer y
el cáncer. “Escribí muchos artículos, recibí varios premios, pero nunca
me gustó hablar de honores”, termina diciendo Eugenia Sacerdote de
Lustig.
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