Luego de meses de relativa calma, la violencia está de nuevo en la pauperizada y superpoblada franja de Gaza, a cargo del gobierno de unidad palestino. Los ataques y disputas entre el movimiento Al Fatah, del presidente palestino Abu Mazen, y el grupo fundamentalista pro-iraní Hamas no sólo le ha costado la vida a por lo menos una decena de personas en esa caótica zona del planeta. El conflicto también amenaza con llevarse consigo los esfuerzos de Israel y la comunidad internacional por enderezar el rumbo y caminar hacia negociaciones de paz que permitan poner fin a décadas de muerte y odio.
Los ataques y contraataques entre Al Fatah y Hamas, que comenzaron el viernes último, tuvieron su punto de inflexión con la renuncia a su cargo del ministro del Interior palestino, Hani al Kawasmeh, luego de una oleada de violencia fratricida que le costó la vida a cuatro personas. Las declaraciones del ahora ex funcionario son una muestra de su impotencia para detener los constantes conflictos que han tenido lugar entre Mazen y el primer ministro, Ismail Haniyeh, de Hamas. “He dicho en todas partes que no acepto ser un ministro sin autoridad”,dijo Al Kawasmeh, que ya había renunciado hace menos de un mes, aunque aquella vez lo convencieron para que continuara en el cargo. El problema está, por cierto, en la raíz de la unidad. Mazen controla aún las fuerzas de seguridad y es la cara visible en las negociaciones que la Autoridad Nacional Palestina lleva adelante con Israel, con los auspicios del cuarteto que componen Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas. Haniyeh, en tanto, domina el Parlamento palestino y tiene siempre a mano un ejército irregular dispuesto a tomar las armas para atacar dentro y fuera de los territorios palestinos. Al Fatah y Hamas, de más está decirlo, tienen distintas visiones sobre los caminos más adecuados para conseguir los demorados objetivos de soberanía que se trazaran los palestinos desde que comenzó el liderazgo de Yasser Arafat, a mediados de la década del sesenta del siglo que pasó. Mazen, veterano en el arte de la política, cree en la persuasión y el diálogo, mientras que Haniyeh y Hamas no han demostrado hasta ahora demasiada vocación por abandonar el camino de la violencia. A pesar de los reclamos de Israel y la comunidad internacional, este grupo no ha renunciado a la violencia suicida, ni ha reconocido a Israel, aunque sí se ha mostrado dispuesto a reconocer los acuerdos firmados por Arafat y Mazen con Israel. ¿Qué pasaría si el gobierno de unidad palestino, tan trabajosamente logrado, cayera como castillo de naipes empujado por una brisa? De allí al retorno de la violencia abierta contra Israel hay un solo paso. Ante esta situación, Israel debería mantener la mesura. Como afirmó días atrás la canciller Tzipi Livni, esa actitud de precaución sería deseable para no repetir las equivocaciones cometidas en torno a la guerra del Líbano librada contra Hezbollah, en julio y agosto pasados. El consejo de Livni no es casual. Se cumplen cuatro décadas de la emocionante reconquista de Jerusalem, y su reunificación, como broche de oro de la guerra de los Seis Días, allá por junio de 1967. El Día de Jerusalem muestra hoy una ciudad plena, renovada, pujante, con todo el conmovedor peso de su milenaria historia y la vocación permanente de Israel por preservarla como centro espiritual de la nación. Jerusalem debería ser, también, el motor de una paz entre israelíes y palestinos que se demora demasiado en llegar, por obra y gracia de errores propios, pero también por intereses de quienes impulsan el odio y el rencor para seguir llevando agua para su molino. Y el principal interesado en que jamás haya paz en Medio Oriente es, hoy por hoy, el Irán del fanatismo, el antisemitismo apenas larvado y el odio a Israel. Además de seguir armando a Hezbollah, de continuar impulsando a Hamas para que rompa el gobierno de unidad, Teherán sigue con su campaña para denostar a Israel en los foros internacionales. Cuenta con la valiosa ayuda de gobernantes latinoamericanos como el venezolano Hugo Chávez, unido a Irán por incontables negocios vinculados al petróleo, y también enlazado en el prejuicio antisemita, que comparte con no pocos representantes de la izquierda argentina. Pero cabe poner las cosas en su lugar. Según un informe reciente de Amnistía Internacional, Irán ejecutó durante 2006 a 177 personas, y es el segundo país en el terrible ranking de naciones que aplican la pena de muerte, solo detrás de China. Irán comparte con Pakistán otro dudoso récord: son los únicos que han aplicado la condena a muerte sobre niños. Todo un indicativo de la escasa estatura moral y de respeto por los derechos humanos de un país que sostiene la violencia e intenta demoler cada uno de los pasos que se dan hacia la paz en distintos lugares del planeta. Resumen para la web: La violencia ha retornado a la franja de Gaza, con choques armados entre los principales actores de la politica palestina. De continuar estos ataques, los perjudicados seran los propios palestinos y el proceso de paz con Israel. |