Por el Ing. Sami Sverdlik El Holocausto, la Shoá, el Genocidio hebreo -en cualquiera de las acepciones- es la mayor tragedia que ha sufrido la especie humana, desde que hace 170.000 años el hombre co-menzó a deambular desde el territorio africano, proyectarse hacia los otros continentes y hacer de las suyas en el planeta Tierra.
A seis décadas de la terminación de la apocalíptica segunda guerra, corresponde hacer un análisis, no sólo de los seis millones de vidas truncadas por el demente-paranoico dema-gogo de cervecería –hasta mancilla el pergamino escribir su nombre- y sus no menos crimi-nales secuaces, sino de las implicancias nefastas que tuvo no sólo para el judaísmo sino pa-ra toda la raza el Holocausto. El pueblo judío perdió a seis millones de sus hijos. La pregunta a formularse es ¿cuánto perdió el resto de la humanidad con esta barbarie? Desde que en 1901 se instaló el Premio Nobel existe un parámetro que permite evaluar la incidencia que tiene una Nación, una etnia e inclusive una religión sobre el resto de la es-pecie. Los judíos son 14.500.000 personas, según estadísticas recientes. La Academia Sueca ha otorgado desde el citado 1901 y hasta 2006, 768 Premios Nobel. 171 corresponden al pue-blo hebreo. Un frío cociente está dando un porcentual redondeado del 22 por ciento para los hijos de la Nación del Libro. Nunca se sabrá con exactitud cuántos Premios Nobel o Genios se fueron con la Shoá. Sin embargo, en forma tentativa se puede hacer una primigenia y estimativa averiguación sobre este número. Desde que hay 14.500.00 de judíos y ellos han recibido 171 galardones, se puede inferir -en forma simplista- que el cociente de 14.500.000 sobre 171 está dando 85.000 judíos por Premio Nobel. En el Holocausto perecieron 6.000.000 de hebreos. Una primera simplificación consiste en dividir este número en 1.500.000 de niños, 3.000.000 de adultos y 1.500.000 de ancianos. Admitiendo que por una razón de edad los ancianos nunca hubieran alcanzado el Premio, quedaban 4.500.000 de potenciales seres que pudieron alcanzar el galardón o arribar a los niveles científicos o humanísticos más elevados. Como los 171 premios se obtuvieron en tres generaciones la cuenta del número de posibles Nobel surge de la siguiente ecuación: 4.500.000 /85.000/ 3 = 17 posibles premios Es decir, una de las “herencias” de la tragedia es que la humanidad se perdió entre 15 y 20 mentes brillantes. Porque los Nobel o los Genios gaseados por el Ziklón B o las otras técnicas de exterminio privaron a la humanidad del bienestar que estos seres pudieron aportar a la especie. Cada uno de los 768 galardonados o los no recipiendarios del codiciado premio –cualesquiera sean sus orígenes, nacionalidades, creencias religiosas o etnias- han influido de enorme manera en el decurso del siglo XX. ¿Sería acaso hoy el hombre el mismo sin la penicilina de Alexander Fleming, la estrep-tomicina de Selman Waksman o la vacuna anti-poliomielítica de la dupla Salk-Sabín, a pesar de que estos dos últimos no obtuvieron el Nobel, pero sí la categoría de Genios? ¿Es lo mismo que conozcamos el ADN estudiado por el cristiano Severo Ochoa y el judío Arthur Kornberg trabajando en forma conjunta y solidaria, con su descubrimiento de la sín-tesis biológica del ácido ribonucleico y el ácido desoxirubonucleico, que permitirá a Mar-shall Nirenberg, Robert Holley y Har Gobind Khorana, diez años más tarde, conocer el có-digo genético humano? ¿Se hubiera conseguido el formidable adelanto tecnológico que tiene hoy la especie sin el aporte de la Teoría-Mecánica Cuántica, iniciada por Max Planck, Albert Einstein y Niels Bohr y continuada por Werner Heisenberg, Paúl Maurice Dirac y Wolfgang Pauli? ¿Podría hoy el hombre conocer el origen científico del Universo (porque con todo rigo-rismo éste es anterior al Big Bang y el desafío siguiente de los físicos y cosmólogos es conocer qué había antes de la gran explosión que es el B-B) o el factible destino del mismo, sin la mayor joya-proeza de un cerebro humano que es la Teoría de la Relatividad, que cambió la concepción que tenemos del Cosmos, pergeñada por uno de los genios más grandes que generó la estirpe? Y si la ciencia nos regaló estas fiorituras ¿cómo no regodearnos desde el humanismo con criaturas humanas derramando amor como la Madre Teresa de Calcuta, Albert Schweitzer o un hombre que simboliza el mismo amor, proclamando la igualdad de todos ellos con pres-cindencia de la pigmentación de su piel, como lo es Martín Luther King, el hombre que dijo: I had a dream (Yo tuve un sueño)…? Y si nos remontamos al pasado, cuando no habían Premios Nobel, cómo ignorar la influen-cia que tuvieron sobre la humanidad Moisés y Jesús, Sócrates, Platón y Aristóteles, un Galileo y un Newton, un Shakespeare y un Cervantes, un Leonardo Da Vinci y un Miguel Ángel, un Spinoza y un Kant, un Darwin y un Freud, o un Mozart y un Beethoven, aunque no hubiera Nobel de pintura, de filosofía o de música… Resulta obvio y notorio lo que todos estos Genios le han obsequiado a la humanidad. Y se trata de Genios y no de Nobel toda vez que hubo varios de ellos que no alcanzaron el galar-dón. Para muestra, ahí están el Mahatma Gandhi, Sigmund Freud, los ya citados Salk y Sabin, nuestro Jorge Luis Borges, el viviente súpergenio Stephen Hawking, con quien la Academia está aún en deuda… y tantos otros… Esto entonces es lo que se dilapidó como consecuencia de haber perdido entre quince y veinte hombres o mujeres excepcionales que hubieran aportado lo que una Manya Sklo-dowska Curie o un Albert Einstein le regalaron a la humanidad. ¡No sólo los judíos perdieron sino toda la raza humana ha sufrido ese estigma que es el Holocausto! |