Una Argentina más plural y tolerante parece estar naciendo. Otro país, el de la intolerancia, el odio y el antisemitismo apenas larvado, se resiste a morir.
Durante los últimos días, dos noticias contrapuestas mostraron las dos caras de un país cuya transición democrática muestra avances indiscutibles hacia la construcción de una sociedad más justa y con lugar para todos, aunque el veneno del odio antisemita todavía está allí, expectante y en la piel de ignorantes y prejuiciosos. La buena noticia tiene que ver con una decisión del Ministerio de Defensa, que encabeza la hoy cuestionada ministra Nilda Garré. La medida consiste en dejar sin efecto una resolución del Ejército por la cual el rubro “religión” debía incluírse obligatoriamente en los legajos de los soldados y aspirantes a serlo. Se trata de una medida simple y en apariencia sencilla, pero que, de manera increíble, nunca fue modificada por los anteriores gobiernos desde el retorno de la democracia al país, en 1983. Yendo hacia el fondo de la cuestión, y como bien lo señalaron dirigentes de la comunidad judía y de otras confesiones minoritarias en la Argentina, sobran los ejemplos de intolerancia y racismo protagonizados por miembros de las Fuerzas Armadas en los años de plomo que debió vivir el país. Se destaca, por supuesto, el Ejército represor y asesino del último proceso militar, con el general Ramón Camps interrogando a Jacobo Timerman con fotos de Adolfo Hitler en su despacho. Sólo un ejemplo de una fuerza en la que se imponía a sí misma y a la sociedad una falsa visión de la República, que terminó con una tragedia de sangre y muerte que el país aún no ha superado del todo. La medida es plausible desde todo punto de vista, y continúa el camino iniciado con la ley antidiscriminatoria a mediados de los años ochenta y la reforma constitucional de 1993, que terminó con el requisito de profesar la religión católica apostólica romana para ser presidente de la Nación. Está claro que tampoco el Ejército de hoy es el de hace tres décadas, y los vientos de la tolerancia también soplan en los cuarteles y escuelas militares. La disposición de Garré ayuda a la convivencia sin alterar las diferencias y los matices que, de hecho, continuarán existiendo. Pero no todo es alentador “en el país del no me acuerdo”, como diría la gran María Elena Walsh. Un joven cantante fue molido a golpes, apuñalado y estuvo cerca de perder la vida en la localidad bonaerense de San Martín cuando una patota de jóvenes neonazis descubrió que tenía puesta una remera con una cruz esvástica tachada. Sergio Damián Nieto, el vocalista de la banda "No Admitidos", fue el protagonista involuntario de esta historia tenebrosa, que trae recuerdos de lo peor del nazismo en todo el mundo. Todavía sin reponerse de las heridas, Nieto contó a la prensa que fue atacado por "seis o siete" personas, que no tuvo reacción y que sólo atinó a defenderse cubriéndose la cabeza. La razón: el cantante del grupo “No Admitidos” tenía puesta una remera del grupo Ataque 77 con una clara consigna antinazi. Según las investigaciones policiales, el muchacho recibió "ocho puntazos" y si bien aclaró que él no pudo ver nada, aseguró que lo atacaron con "botellas" y que, por lo que le dijeron, la principal agresora fue "una chica que tenía un vidrio". "No estoy a favor de los pensamientos de estos muchachos. Ellos están preparados para matar parece y no están de acuerdo con la remera que tengo y me pegaron", comentó, con sencillez y claridad, el chico atacado. ¿Y los agresores? La comisaría 1ª de San Martín trabaja para intentar identificar y detener a los agresores, aunque aún no hay novedades concretas ni detenciones. No se trata, por cierto, de un hecho novedoso. Los neonazis tienen su partido político, encabezado por Alejandro Biondini, y muchos adeptos y simpatizantes. Han protagonizado decenas de ataques antisemitas en las últimas décadas, y su mano puede verse, de manera indudable, en la necesaria conexión local que sirvió de base para los cruentos atentados a la embajada de Israel y la AMIA. ¿Cuál es, entonces, la verdadera cara de la Argentina? ¿La que trabaja por la igualdad de oportunidades, o la que discrimina? ¿La que reconoce las diversidades y las acepta, o la que cobija a personeros del odio, la muerte y la sinrazón?. Las dos, aún conviven de forma nada armónica. La lucha es constante, diaria y permanente, y se libra en cada escuela, en cada calle, en los medios de comunicación y en cada casa. Los nazis son menos, muchos menos por cierto, que los argentinos de bien. Pero no por eso menos peligrosos. |